«No voy a pedirle a nadie que me crea»

18 de octubre-14 de noviembre de 2018

(Foto: la escritora argentina Olga Barry y Juan Pablo Villalobos. Lyon, octubre de 2018. M. Zamora Yusti)

Encuentro con Juan Pablo Villalobos -escritor mexicano-, sobre su más reciente novela: No voy a pedirle a nadie que me crea (1),

premio Herralde de la novela 2016

Juan Pablo Villalobos es un escritor mexicano más conocido en el viejo continente que en su país, quien a través de humor y personajes de la vida cotidiana habla con destreza y poesía del absurdo, de las diferencias culturales, de la percepción del mexicano en el mundo, de las mafias internacionales, la corrupción y la política.

Cortázar habló de la importancia del juego en la literatura, donde a menudo se piensa que un autor que habla con humor dice menos verdad que aquel que habla “en serio”. Él, enemigo de la «Gran Costumbre», hubiera amado la filosofía de Juan Pablo, capaz de burlarse de los estudiantes becados en Barcelona, de la prepotencia de los Catalanes, del género autobiográfico… y capaz de burlarse hasta de sí mismo.

En su más reciente libro, cada personaje habla fielmente su propio idioma: argentino con síntomas de verborrea, español -«pijo» o de barrio-, mexicano entre literatos, mexicano de la hampa… el caso es que él ha logrado, con autenticidad y, de nuevo, humor, cautivar a lectores de más de 14 paises.

Juan Pablo comenta que estaba cansado de forzarse a escribir una novela mexicana cuando al salir a la calle en Barcelona estaba bombardeado por otros lenguajes, cuando pasa su día comunicándose entre inglés, español, catalán y portugués. Entonces decidió transponer esa realidad en su novela, en la que hasta el “camello” (jíbaro) tiene derecho a hablar, y habla como habla.

Esto me parece profúndamente revolucionario en literatura, y aunque él piense que el único compromiso del escritor es el estético; su estética, que es también una ética, es para los que escribimos tan liberadora como si nos hubieran destapado las cañerías y saliera por fin toda el agua estancada que es el cánon del español literario. Porque el español que escuchamos cuando salimos a la calle no es el mismo que leemos en Cervantes, y hace siglos que nos está gritando que nos atrevamos a atrapar esa delicia de fruta fresca que son las palabras que andan en boca de la gente.

Juan Pablo, siempre en plan de broma, se ríe de su obra que ha sido calificada por la crítica de «surrealista». En el caso de México es un cliché, dice. Desde que André Breton, poeta francés y uno de los precursores del surrealismo, estuvo en México -país de realidades desbordantes-, y lo llamó: país surrealista. -La gente llama surrealista a todo lo que le parece raro-. El folclor: surrealista, cabezas cortadas: surrealistas, corrupción: surrealista. En otras palabras, dice Juan Pablo, la gente llama surrealista a lo que no entiende.

Para seguir hablando de humor, «No voy a pedirle a nadie que me crea» es además una parodia de novela negra y de autobiografía. Parodia, dice, porque se burla del hoy omnipresente (sobre todo en la narrativa anglófona) estilo de narración en el que la gente cuenta su vida, y de la novela negra, otro género de moda.

«Mi personaje en No voy a pedirle a nadie que me crea tiene mi nombre, vive en Barcelona como yo, tiene una beca y estudia literatura, como yo, pero todo lo demás es inventado». ¡Ah si! -recuerda-, el personaje de mi primo es real. -Juan Pablo habla con gracia de cómo todos tenemos «ese primo», ese que siempre está inventando negocios raros para hacer fortuna-, en la ocurrencia uno que en la obra sus socios apodan «proyectos»:

Qué honda, pinche primo? ¿cómo te tratan los catalanes, cabrón? ¿ya aprendiste a embarrarle el pan al tomate? ¿ya fuiste a que te asaltaran a las Ramblas?…(Pág. 75)

No voy a pedirle a nadie… ¿o sí?

Con respecto al título, el autor explica que Rousseau, quien fue el que estableció el canon de autobiografía, dice en sus «Confesiones» que todo lo que va a contar es verdadero, y además le pide en cierta forma al lector que le crea. Sin embargo toda narración, dice, desde el momento mismo en que te lanzas a escribirla, por la manera como la cuentas, el estilo, las estrategias de narración que usas, hace que no puedas creer que todo lo que nos cuentan es como nos lo cuentan.

Decir: No voy a pedirle a nadie que me crea puede también querer decir que el autor en el fondo quiere que el lector le crea, -si quiere.

Los lectores de hoy:

Con respecto a los lectores de hoy, expresa el autor, lo que se busca es lo útil. Si antes la ficción tenía un valor incontestable, a pesar de ser “invención”, hoy tiene interés para los lectores que les digan que eso pasó en realidad, porque ellos tienen entonces la impresión de que pueden aprender algo de ahí.

Pienso que este fenómeno viene a interpelar la función de la literatura, que, según Danielle Sallenave, nos evitaría vivir todas las experiencias o experimentar cada ámbito de la vida, repitiendo errores o saliendo malheridos, a través del leer más mundos de los que nosotros solos podríamos alcanzar. Nadie negará que la Ana Karenina o el Lévi de Tolstoi se sientan más reales de lo que alguien pueda jamás saber de una persona extraña, y que la vida de un personaje «inventado» pueda hacernos reflexionar sobre los otros, pero también sobre nosotros mismos.

El arte limitado a la no-ficción (o a lo establecido como tal, aunque pueda tener parte de ficción, tal como la así llamada realidad bombardeada de manera irreflexiva por los medios de comunicación), puede entonces quedar amputado de su creación deliberada, abstracta, libre. Ojalá dictadura de lo «real» y factible no llegue a reemplazar eso tan frágil y sensible que es lo inmaterial, lo indefinible, lo que pertenece al mundo del alma humana.

Volviendo a la intervención de Villalobos:

Juan Pablo, el de la novela, se ve forzado a entrar en una red de narcotráfico internacional que lo obliga a hacer lo impensable (para él, titubeante y cobarde estudiante de literatura), cuyo jefe es un tipo muy educado, graduado de una maestría en negocios internacionales en Yale…

«Y es que el lenguaje más criminal es el del neoliberalismo». «En México adoptamos un montón de palabras del inglés de manera acrítica, entonces ya no es seguimiento sino follow-up… todo el mundo habla del narcotráfico pero nadie se pregunta por qué floreció este negocio. Cómo este proyecto de neoliberalismo ha cambiado la realidad social, económica y política de América Latina para dejar una sociedad precaria, sin oportunidades reales para la educación, la salud, el trabajo, […] y entonces cuando viene una red de narcotráfico y te dice: haz esto, ganas dos mil de dólares o te mato, pues qué va a ser, lo haces, porque no tienes opción.»

En algún momento de la novela, el primo «proyectos» quiere implementar con sus socios un plan, se trata de un campo de golf para los ricos en una zona en donde no hay suficiente agua, para eso planean sobornar a un funcionario de la empresa de aguas, o lo que ellos llaman dar una «mordida». La corrupción aparece también en boca de una anciana en Barcelona cuyo hijo trabaja para una multinacional en México, quien dice a Valentina, la novia mexicana de Juan Pablo, el de la novela: «la pena de tu país es que la gente que manda sea tan mala. Hay que darle dinero a un político y al otro también» (pág. 44).

En medio de su explicación, dándose cuenta que la mayoría de asistentes son franceses, Juan Pablo pone entonces sobre la mesa una escena típica en México (y no sólo): debes hacer una diligencia pero al entregarle los papeles al funcionario este empieza a hacerte ir y venir, diciendo con vacilación: «no sé, te falta tal cosa, el jefe no está, falta una firma…-y hasta que te lanza la frase insignia de esta situación: ¿cómo le hacemos? (en Colombiano: me colabora) entonces sabes que debes usar una retórica específica, diciendo, no sé, tal vez le puedo dar una ayuda (sin mencionar nunca la palabra dinero), «y entonces es ahí que deslizas un billete por entre las hojas del mamotreto de papeles, discretamente… hasta que por fin sabes que la diligencia se va a hacer».

Por la gracia con que lo cuenta el público ríe, entonces J.P. dice: «suena gracioso pero en la vida de todos los días es horrible».

En su libro se entremezclan lenguajes formales y lenguajes de la calle, registros vulgares y cultos, porque en su relato dialoga el académico con el mafioso, el estudiante con el «primo», figura de la visión y de la jerga neo-liberal llena de anglicismos.

«Has de estar pensando que te metí en algún pinche negocio raro, en algo ilegal, eso te pasa por estudiar literatura y vivir en el mundo de la fantasía y no saber cómo están los chingadazos acá afuera, cabrón, en la vida real» […] «pero lo importante es que tú y yo estemos alineados, pinche primo, sobre todo ahorita que vamos a estar en fase de start-up, es una fase muy cabrona, cabrón, la mayoría de negocios no sobreviven ni dos años, por eso hay que trabajar juntos tú y yo, pinche primo, en beneficio de los dos». (pág. 76)

 

El personaje de Juan Pablo es un personaje que viene del mundo literario, de las ideas, mientras que la gente de la hampa, quienes dicen conocer de la vida, están en otro ámbito, uno, por llamarlo de alguna manera, más «cruel». Las personas como Juan Pablo (el de la novela), en cambio, «son personas inteligentes pero que ante situaciones urgentes, graves, no saben qué hacer, parece que son personas que si los sueltas en la vida real, sufren. Un ejemplo, cada vez que sucede algo grave en el mundo, los intelectuales y los artistas salen con una carta firmada por todos, para «protestar» por una cosa o la otra. Eso no sirve de nada. O sí sirve, pero de muy poco. Y es porque no saben qué hacer. No saben cómo reaccionar o solucionar las cosas, o pasar a la acción. No saben o no quieren«.

Juan Pablo, quien es además traductor de portugués, habla sobre su preocupación por el Brasil. Actualmente está a punto de ser elegido un presidente de extrema derecha tan terrible que Marine Le Pen ha calificado como un ser desagradable. Con eso decimos todo.

«Cuestionar la democracia es peligroso porque no tenemos nada mejo

En la novela también tiene lugar el género epistolar, pues además de las cartas del primo “proyectos”, Juan Pablo recibe las de su madre, una señora que en la novela le aconseja conseguirse una novia española para “mejorar la raza”:

«Querido hijo, tu madre espera que este correo te encuentre ya instalado y recuperado del cansancio del viaje. No vayas a pensar que tu madre se ha vuelto loca y se va a poner a escribirte todos los días […] Ya ves, tanto que se burlaban de tí, tan poca cosa que les parecías. Tu madre se acuerda de una Navidad cuando tu abuelo todavía vivía y tú te quedaste en Xalapa, que cuando tu madre les dijo que no podías venir porque estabas terminando de escribir la tesis, se pusieron a inventarle títulos. Que si la hemorroide en la obra de Octavio Paz. Que si la narrativa gay urbana posrevolucionaria apocalíptica. Que si el gerundio como herramienta del imperialismo yanqui. Puras payasadas. Ahora se tienen que tragar sus palabras. Ellos se quedan en este país desharrapado […] y tú dandote la gran vida en Europa». (Págs 37, 38 y 39)

Juan Pablo comenta con humor la incapacidad de algunas personas para tomar distancia de los personajes, como algunos lectores que han alabado personajes que él quiso hacer detestables (como su madre de la novela), o una tía que creyó, gloriosa, descubrir un secreto al creer que la hermana menor de una de sus novelas que se orinaba en la cama correspondía a la propia hermana menor del escritor.

Al decidir cómo sería el personaje de la madre, y darse cuenta de lo que la gente podría pensar de la suya propia, Juan Pablo decidió llamar a su madre en México y explicarle el problema. Hubo un momento de silencio. Luego ella respondió: “esas son las cosas que pasan por tener un hijo escritor”.

Otra de las anécdotas con sus libros sucedió el día en el que fue a firmar su novela, recién publicada, a la ciudad en México donde vive su verdadero primo “proyectos”, el de la novela y el de la vida real, quien, aunque no pudo asistir, vino su hermano a decirle a Juan Pablo: “… se manda a excusar, que tenía una reunión de negocios muy importante y no pudo venir”.  La realidad supera la ficción.

 

En otras palabras…en literatura, al parecer, hay escritores que hacen humor y escritores “de verdad”, escritores que escriben humor y luego regresan al camino recto, o escritores buenos cuyos libros de humor perdonamos. Y es que esos escritores serios, esos grandes escritores, suelen inspirar tanto respeto que aquel que ose contradecir su noción de “la Gran Literatura”, es castigado por la crítica o por el silencio. En cuanto a Villalobos, más que uno de esos escritores de los que se hace una estatua en la plaza, él prefiere más bien ser la paloma que se caga en la estatua(2).

Los dejamos con una cita hilarante de una de las cartas de la madre de Juan Pablo:

“La gente cree que en estos casos lo mejor es la discreción , y la discreción acaba pareciendo cosa de muerto pobre, insignificante, rascuache. Las formas importan incluso en estas situaciones, hijo, te lo dice tu madre, las formas importan sobre todo en estas situaciones. Tu madre quiere, cuando llegue el día, que en su velorio la sala esté ventilada y fresca (si es en verano) o calentita y acogedora (si es en invierno). Que haya buen café de Coatepec, tu madre te hace responsable de conseguir café de altura, que sirvan de algo todos esos años que desperdiciaste en Xalapa. Esas cosas importan, Juan, de lo contrario al día siguiente del velorio la gente anda con agruras y se pone a hablar mal del muerto en el entierro. Y las coronas, tu madre quiere coronas de flores exóticas, coloridas, alegres, que la muerte de tu madre sea un canto a la vida, aves del paraíso, tulipanes importados de Holanda, orquídeas brasileñas, ¡girasoles!, los girasoles no son caros y llenan de luz las estancias, son como pedacitos de sol. ¡A tu madre le salió una metáfora!…” (Pág. 35)

 

(1) Este texto fue escrito basado en un encuentro que tuvo lugar en el marco del festival Belles Latinas N°17, organizado por la asociación Espaces Latinos el lunes 15 de octubre de 2018 en Lyon, contiene citas de la novela “No voy a pedirle a nadie que me crea” (Ed. Anagrama, 2016, todos los derechos reservados) y en la entrevista del diario El País de España (2): “En México hay un odio muy fuerte al pobre”. Consultado el 18 de octubre de 2018, disponible en: https://elpais.com/cultura/2017/03/07/actualidad/1488851625_573295.html

Otras obras de Juan Pablo Villalobos, publicadas por Anagrama:

Fiesta en la Madriguera. -2010-

Si viviéramos en un lugar normal. -2012-

Te vendo un perro. -2015-

Yo tuve un sueño (crónicas). -2018-

Escrito por: María Isabel Zamora Yusti

Carta a Raymond

26 de octubre de 2018

Querido Raymond:

Vi que reprodujiste el video en el que te hablaba para tratar de poner en claro la situación, y que además le diste: «no me gusta», pero no dejaste comentario.

Lo sé porque lo hice para ti, para poder hablarte y que me escuches, y por eso tengo sólo una vista: tú.

Y es que desde que te compraste ese ignore-phone te has vuelto más ocupado que un influencer (ya ves que buscar el orígen de nuestros problemas me ha enseñado algo de inglés). Y eso que nadie te sigue.

Publicar que te aburres y te sientes solo no sirve de nada, opino yo, si no sales de la casa. Ni siquiera cuando la gente comparte tus frases tristes, o tus canciones de rock deprimentes, que ni siquiera escribiste tú.

Le has dado like a un montón de páginas de cosas que no tienes, como esas ropas de marca y esas marcas de gadgets, pero no vayas a creer que te espío como Google, sólo que Facebook y la cantidad de amigos míos que has agregado a tus contactos me las sugiere.

Te andas tomando selfies que retocas con filtros y emoticones para parecer contento, pero eso no te cambia la nariz. No se te olvide que yo te conocí desde antes y así aprendí a quererte. Antes de internet.

Me siento tan mal de verte todo desubicado -hasta en los semáforos caminas cuando el muñequito está en rojo, arriesgándote a que te aplaste un carro-, que en estos días salí a caminar toda melancólica y, sin saber a dónde ir, le rogué a Maps que me llevara a mi destino. No llegué a ninguna parte, pues el idiota me pidió la dirección.

Como señal de auxilio, decidí twittear: «perdí a mi novio por culpa de la tecnología». Y recibí como respuesta: una burla; un testimonio real de un accidente por contestar celular; un insulto que nada tenía que ver, sólo por ser mujer y ser internet el fango donde retozan los cerdos de este mundo.

Decidí entonces crear un grupo de Whatsapp donde estuviésemos sólo tú y yo. Pero ahí fue cuando me dijiste, no por mensaje sino de verdad, echado en la cama: -¿no podías sólo escribirme? ¿para qué carajos te sirve crear un grupo de dos miembros?-.

Me puse a llorar, de verdad, en el baño. Te mandé carita triste solamente, por Whatsapp, para que no pensaras que soy débil. ¡Pero yo que yo te bloqueo, te borro de mis contactos y te denuncio por contenido inapropiado!. -Pero no pude porque eso lo dijiste de verdad.

Todo esto lo he podido hacer armada del smartphone que compré para poder comunicarnos, y así es como fui descubriendo cosas que nunca imaginé de ti.

A fuerza de pensar, caí en la cuenta que si no hablabas conmigo, con alguien tendrías que hablar y de algo también. Alguien desocupado, o con un  trabajo de oficina donde se puede hacer el pendejo, como tú (ya te he visto ensayando caras serias y malgeniadas frente al espejo).

Pensé entonces en Armando, y creé un perfil falso como si fuera él. Así comenzamos a hablar y a contarnos las vidas. La tuya y la mía de Armando.

Me inventé que tenía una novia como tú, real también, y te dije que me contaras cosas de ella, osea de mí.

Entonces me empezaste a echar el cuento completito de cómo nos conocimos, cómo era yo exactamente y hasta en la cama, y era como si el ignore-phone te hubiera puesto un hechizo de vaciado cerebral y verborreico de esos de borracho. Me vendiste peor que Mark Zuckerberg, Raymond.

Ahora sólo sé que soy más linda de verdad que en fotos, que me gustan las óreo, Yuya, la serie Narcos y los Muppets. Y esas, Raymond, son contradicciones muy tenaces de manejar en la vida.

Ahora sé tanto de mí que ya ni sé si tengo secretos, lo único que sé es que tomé la decisión definitiva de cerrar mi perfil (el de Armando) y de retirarme.

De ahora en adelante, si alguna vez te da por buscarme no me encontrarás por Instagram (renuncio a boletearme en fotos), ni en Facebook, ni en Twitter (cerré cuenta), sino en mi propia casa, sin teléfono y compartiendo pero por vía oral, pura cháchara y chismes con mis amigas del colegio.

Adiós,

Lucía