Bacon, en todas letras

PINTURA. Reseña de la exposición de pintura de Francis Bacon: Bacon, en toutes lettres, Centre Georges Pompidou, Paris (2019).

Fotografía: Francis Bacon – Segunda versión de pintura 1946 (1971) 80,8 x 58,7 cm Wallraf-Richartz Museum, collection Ludwig. (1)

 

«Seres destruidos porque no creían en un sistema que les llamaba a su transgresión pero que asimilaron. Aquellos que veían en él una farsa, una máquina destructora, un exterminador de almas; aún así caminaron a su propio exterminio.«

Bacon, nacido en Dublín en 1909, polémico pintor y poeta de la figuración -y de la desfiguración-, nunca olvidó la frase de Esquilo, dramaturgo griego:

«l’odeur du sang humain ne me quitte pas des yeux«.

Francis Bacon parece depictar la realidad de seres torvos, -masculinos-, anudados de temores, cargados, oscuros  -¿de luminosidad emborronada?.

Seres con formas totalmente redondeadas por algo que los manosea y moldea, los tumba y deja inmóviles. Algo que amasa la masa del cuerpo hasta dejarlo suave y nada rasposo.

El problema no es la herida, la fisura enorme que se esconde tras la puerta entrecerrada; es no querer verla.

Todo lo que queda al individuo Bacon cuando está solo es un contenedor cóncavo donde posiblemente hay algo, pero que parece vacío -¿ corazón, alma, algo ?- , la realidad abrupta de sus deyecciones, su fealdad, sus deformidades, su soledad igualmente espinoza.

Perforado, desmembrado, como un gran esqueleto cubierto de carne, abierto, de muñones, de músculos sobre-estirados, desgarrado, el individuo de Bacon se ve obligado a proyectar una aparente normalidad en la figura larga, neutra y frívola de un hombre. Un gentleman. Sombrero y gabán, paraguas. De otra manera aterraría al expectador.

Pero sólo es un cuerpo deleznable, impotente, herido. Un cuerpo-carne, cuerpo-animal, cuerpo-simio.

Cuerpo de una desnudez más desnuda que la de la piel: aquella de su verdadera naturaleza, de la cual nada puede salvarlo.

Francis Bacon hace un llamado a tierra ante la inmensa impotencia del hombre, su humilde condición, el encierro en el que habita: sus límites. Su cuerpo, el espacio, el tiempo. El fin: degradación y muerte. Su relación constante con la muerte.

El personaje de su pintura está solo, irremediablemente solo. No puede nada contra la soledad de su existencia.

Deformado ya por el tiempo, ya por su mente en movimiento que todo lo permuta, poseedor de rasgos múltiples y simultáneos; si algo podemos afirmar es que el sujeto Bacon habita en todos nosotros.

Se lo veía en las reacciones de los asistentes. Parecían estar viendo a alguien conocido. Alguien que por largo tiempo no habían encontrado, pero que reconocieron de inmediato.

Pero las sombras de Bacon, sus despojos de carne, sus rostros transfigurados, son de un realismo que no se adscribe a ninguna suerte de pesimismo. Bacon fue para mí también humor y simplicidad, consuelo.

Su pintura de un lavabo cuya agua desborda comunica una sola cosa: el aquí y el ahora.

Dado que somos carne, dado que somos (también) sombra, que somos hombres y mujeres, semi-animales, facetas múltiples, espacios cerrados y vacíos; que a destiempo somos eco y silencio, fulminante ruido, voluptuosidad, derroche de energía y de tiempo, divagación, in-concretud, in-congruencia…

¡Seámoslo!

 

(1) Esta fotografía fue tomada en la exposición Bacon, en toutes lettres. Centro de arte moderno G. Pompidou. París, octubre 2019.  Foto: M. Zamora Yusti.