Emigrante

15/Nov/2021

Uno no se atreve a llevar la vida que debiera o que merecería porque uno aquí a duras penas vive. Uno es como un ente que esta en proceso de digerir todo lo que vivió por allá en su país, por aca se pasa el tiempo tratando de procesar cada recuerdo, cada parte de esa historia dura, violenta, compleja, del destino incomprensible de su patria de la que hoy la vida lo aleja. Añorando. Y por supuesto que la flora y la fauna de acá no son iguales pero la gente tampoco y aunque así fuese, la cuestión es concentrarse. Esa es la palabra, concentrarse. Es muy difícil concentrarse. Y sin estar presente nadie puede implicarse a fondo en un proyecto, construir una carrera fulgurante o vivir mas allá de sus expectativas.

Con miedo. El exiliado vive con miedo de todo lo que vive y de lo que tiene también. Miedo de no merecerlo. Miedo de lo que le puede pasar, si lo echan, si lo expulsan, si no le dan la residencia. Miedo al estado, a lo legal, a la justicia, a tener hijos, a divorciarse, a votar, en mi caso a no poder votar.

Conglomerado de cosas extrañas que, por instinto, a los seres humanos nos asustan, lo que pasa es que somos el exacto tipo de personas que arriesgaron todo para venir y ahora ya no quieren arriesgar nada. No, con este pedacito me quedo. Con estos cuarenta metros cuadrados me basta, para qué mas. Y un viaje a Colombia de vez en cuando.

Cuando nos dan algo, miedo a que digan que nada nos cuesta, que queremos todo regalado. Miedo a que sientan que les estamos robando lo suyo, que con tantos extranjeros « ya no estan en su casa ».

Pero para qué mas va a ser que venimos, si no es para no estar en nuestra casa. Porque en nuestra casa no nos alcanza el sueldo, porque en nuestra casa nos amenazan, porque en nuestra casa a los periodistas los matan.

Para nada mas.

Para estar por fuera, a salvo, en terreno neutro.

No, los extranjeros no queremos quitarle Francia a los franceses, o de cual país se sea.

Estamos aquí, sí ; porque queremos aprender.

Queremos ganarnos lo que se ganaron los franceses, pero a lo que no tenemos derecho en el resto del mundo : libertad, igualdad, fraternidad. Que es lo que ellos mismos promueven.

En todas partes del globo se promueve que no se puede ser mujer. Que vivir y ser mujer al mismo tiempo no son posibles, que no vale la pena ni intentarlo.

¡Tener hijos y casarse!, proclaman madres y abuelas desde las tribunas. Junto con los curas.

Es la misma historia de siempre, alguien tiene que sacrificarse para que el mundo siga adelante. Y para que los hombres sigan adelante. Alguien tiene que sostener la casa mientras gira la rueda, pero para las mujeres que no queremos tener hijos, o para las personas homo o trans, para quienes han sido víctimas de un episodio que los persigue y no les deja en paz, o quienes tienen un muerto en la consciencia, literal o simbólicamente, escapar es la solución.

A veces me pongo a perderme en películas, en libros, que me apaciguan. Es que ser migrante, o más bien, emigrante, es poder volver a través del alma. Es la única forma de volver.

En este viaje sin retorno que es el de Dante, el de Jesús, la travesía del desierto del Moisés que busca la tierra prometida, sin aún encontrarla, es la única forma.

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