El aguafiestas

17/06/2023

Una vez tuve un novio tan aguafiestas que yo creo que si ahora mismo se me ocurriera una idea para divertirme, volvería conmigo tan sólo para impedirme realizarla.

Me encontraba yo en Cali cuando, topándome por azar con el escritor y periodista Gerardo T., me dio por hablarle de salsa y de su libro, que resultó ser el que más me llamó la atención de la ponencia de la Feria, acerca de la Salsa en la literatura. Nuestra conversación fue rápida, cómplice pero algo afanosa porque había tras de mí un hombre que me esperaba.

Soñando con ver a la Sonora Matancera, en el Festival de Orquestas, el anhelado, ¡el mítico! Pero en el estadio había demasiada gente, demasiado ruido… para un amante del Jazz.

Queriendo ir al barrio Obrero, demasiado peligroso, parece, para andar a altas horas de la noche con un tipo rubio y de ojos azules.

Deseando ver a mis amigos, la mayoría hombres, en Cali, que se iban a reunir en una de esas legendarias reuniones de compañeros de universidad, cuando de repente me doy cuenta que no había manera de que fuera agradable, o posible, porque el hombre que tenía la lado, gentil, cariñoso, me iba a solicitar toda la noche y no iba a entender que no fuera esa que él conocía, sino otra, la de los amigos, la de Univalle, la que habla con desparpajo y sin explicar sus palabras.

Un hombre, quiérase lo que se quiera, es un aguafiestas.

Porque cuando es su pareja, el hombre va a querer tener al lado a la mujer que conoce, la que desea, y no la que es.

Supongo que es lo mismo para ellos, en el sentido contrario. El hecho es que comprendo a la gente que prefiere no ver amigos cuando tiene relación.

En mi caso yo temía, que con sus habilidades sociales y su capacidad para ser querido rápido, me opacara en el esfuerzo que había hecho yo durante años por parecer independiente. Una mujer que lo ha logrado todo con las uñas. Gracias a su talento, y a su capacidad para soñar con más de lo que cree merecer.

Parece egoísta.

Y lo es.

Pero ello constituye la base de mi orgullo y de mi identidad. El hecho que durante años yo haya pensado que existe gente lejos que me conoce y que me respeta. Es mi pequeño peculio.

Tal vez no haya logrado yo fortuna aún. Pero he logrado viajes, encuentros, conocimientos, amigos. Como quien exhibe sus medallas, yo exhibo mi cantidad de lujos y placeres logrados con sencillez, letras, sudor y algo de atrevimiento.

Y me daba miedo que al ver a este hombre blanco que estaba sin yo saberlo a punto de dejarme, ellos pensaran, mis amigos quiero decir, ya sabemos de dónde viene todo su arsenal. Ella conquista hombres privilegiados para tener acceso a sus privilegios. Al fin y al cabo, no es de las nuestras, como sería tan fácil pensarlo.

Y no sin razón.

Incluso mis amigas latinas de París solían pensar que no necesitaba trabajar tan duro como ellas, tenía un tipo guapo, querido, amable, que me pagaba el apartamento. Ignorando que yo lo pagaba también, a pesar de las diferencias abismales de nuestros salarios.

Cada uno da de lo que tiene, y de lo que puede. Pero que conocer a un tipo que me pagara mi vida y mis lujos haya sido un objetivo en la vida, jamás.

Pero bueno, estamos hablando aquí de aguafiestas.

Es que me parece que el tipo lo tenaz que me quitó, o me quitaba, era la oportunidad, el derecho de soñar.

Como creer que no era una buena lectora porque andaba con una cantidad absurda de libros de los cuales no terminaba ni un cuarto de los que empezaba. El crédito que me quitaba era el crédito que yo me quitaba.

O como creer que porque yo hacía planes que a veces no cumplía, porque cambiaba de idea a menudo, porque no sabía muy bien lo que quería de la vida, o porque no ahorraba dinero, era una persona poco confiable. Inconstante. Incluso infiel*.

Escribía y no había publicado aún un sólo libro, quería trabajar y triunfar y me la pasaba enviando candidaturas que al final no resultaban. Era como uno de los tres chiflados para él y esta mirada que él me otorgaba me bajaba tanto la autoestima como cuando uno vive con un profesor emérito pero aún no sabe leer. Para sus estándares, yo era torpeza y desequilibrio.

¿Cómo iba yo a poder lograr mis metas? Con él pasé concursos, los perdí, envié manuscritos, no salieron, apliqué a trabajos, no me llamaron. Nada me salía. Para creer que él era la mala suerte, como dijo Shakira (es broma).

A veces me pregunto si él no quería elevarme, porque me ayudó mucho e invirtió tiempo en ello, como cuando uno quiere ayudar a un niño que ha tenido una vida difícil.(1)

Volviendo al tema de aguafiestas:

Por ejemplo, una vez me dije que tenía que salir a bailar como fuera, ya que él no quería bailar (los lugares de baile eran ruidosos y caros…). Invité a una amiga para que fuéramos a una fiesta de cumbia en la Bellevilloise y compramos los tiquetes por internet. Llegadas a casa para el aperitivo, él se puso a hablar con nosotras y habló por tanto tiempo que, a pesar de lo agradable o interesante de la conversación, no nos quedaron ganas de ir a bailar, pues eran más de las doce de la noche. Sin impedirnos salir, u oponerse, él manifestó de una manera u otra el poco respeto que tenía por ese tipo de planes, es decir, los que hiciéramos de a dos, entre chicas.

Una cosa que recuerdo es las vacaciones. Parecían siempre tan mágicas y apetecibles mientras las imaginábamos y, una vez en ellas, todo se caía por una frase, un gesto o un error de cálculo que desatara su malgenio. Era imposible. Nada nunca era perfecto, como la vida, y yo sabía que al final estaría encadenada a esperar ese vendaval en el que a él se le olvidaba lo esencial y yo me quedaba inmóvil como rezando para que parara.

Yo lo llamaba, dañar el momento.

Pero hubo un tiempo en el que en vez de dañar el momento, nuestra vida estaba dañada y sólo existían unos cuantos momentos rescatables. Era allí cuando yo quería huir. Porque, hija de un padre neurótico y ex-pareja de un compulsivo, posesivo, con problemas de perverso narcisista, temía, tenía terror de las tormentas. Sin importar cuán amable y dulce fuera mi novio actual (de entonces).

Me ponía en un estado lamentable.

En algunos momentos, llegué a sufrir de un estrés y una ansiedad que rozaban el ataque de pánico, y él tranquilo, como si nada. Porque “tenía razón”.

Admito que también ignoraba los problemas de salud mental que para muchos, es una realidad-no realidad.

Hasta que un día se dio cuenta de cómo me trataba porque entre mis silencios se oyó decir lo que me decía cuando extendía la ropa, según él, mal. Porque, siendo un ingeniero, él optimizaba todo, pero yo, siendo una media-infante poeta, complicaba todo. Era, en suma, a su lado, como el asno que embrolla su cuerda de miedo a ser ridiculizado apenas ve llegar al maestro.

Le terminé ese día.

Y me escribió una carta tan conmovedora, diciendo que comprendería si no lo perdonaba y que tenía suerte de haber conocido a una persona como yo… Lo perdoné.

Años después, él me terminaba, sin previo aviso y sin treguas. En dos días tenía yo que conseguir dónde vivir porque, sin habérmelo sospechado, el apartamento era por obvias razones tácitas suyo. Le escribí una carta rogándole volver conmigo. Él no me perdonó.

Resultó ser que entre todas mis depresiones y mi inestabilidad, mis reacciones a veces egoístas, a veces infantiles, él entendió que “no éramos compatibles” y decidió que no me amaba. En cambio yo, yo me aguanté tantas cosas en las que no estaba de acuerdo porque entendía de alguna manera su punto de vista, porque veía sus lados buenos y sus luces, porque quería seguir construyendo algo sólido con él, porque le quería.

Entonces no, no me pregunten por qué prefiero no estar en pareja, prefiero estar sola, no tener hijos ni marido ni amante siquiera. Es porque cada uno de los hombres con los que he salido me han aportado más dolores y tristezas que alegrías, aunque las han habido, las alegrías.

El aguafiestas, él sería capaz de volver y rogarme y pedirme que le perdone. Cuando fue él el que me echó. Porque me necesita. Porque su casa no es casa sin mí, sino una carcasa vacía.

Porque nadie le dice la verdad como yo.

Pero yo no. Yo no lo necesito.

Lo necesito hoy menos que nunca.

Evitará, como todos los hombres, cobardes, confesar en público que no es nada sin mí y dirá que fui yo la traicionera. La falsaria. La bandolera.

En Popayán, mientras yo intercambiaba con mis padres sobre nuestras ideas filosóficas, emocionados en una tertulia poética de esas que no tenía desde hace años, él esperaba impaciente sin oírnos para ir a caminar y recorrer la ciudad, porque era a eso que él había venido. Como si yo, habiendo ido a visitar mil veces a sus padres, le dijera: ¡Qu’hubo que no me lleva a turistear por *regióndeFrancia! Yo no vine aquí a escuchar a estos viejos. Ni qué pensar en darme cita con el escritor de cuyo libro debía hablar, pues estaba dirigiendo su publicación en francés. Después de semejante actitud, una cita los dos a solas hubiera sido un escupitajo.

Y me sentía culpable, culpable por haber pasado todo diciembre entregada a mi familia en vez de darle atención al tipo que la tenía todo el año, al cual había advertido por tanto de que no viniera en diciembre, que iba a ser muy familiar y poco turístico. Como si además de novia yo fuera animadora, recreacionista y escort.

Aberrante, realmente aberrante, como se crían a los niños para que aprendan a pensar en ellos mismos y ellos mismos sólo. Mientras a las niñas nos educan para pensar en todo el mundo menos en nosotras, tachándonos de egoístas a la primera ocasión en que no hacemos lo que espera el mundo entero.

Aún veo a mis tías preparando el sancocho los domingos.

Los domingos, que hasta un esclavo tiene libre para descansar.

Notas:

(1) Y no digo que partiera de una mala intención, sino posiblemente del subconsciente, así como mi apego a él, porque me daba todo lo que nunca había tenido: atención masculina. Pero no deja de ser condescendiente y ofensante. Es mal conocernos a los latinos. Desconocer que nunca hemos vivido en la panacea pero nunca hemos dejado de bandearnos por nosotros mismos. Sea como sea.

(2) No sé si se dan cuenta de que este artículo no es una crítica, sino una auto-crítica.

(3) El tema de este artículo no es lo bueno de esta relación, de lo bueno han quedado poemas, han quedado recuerdos y el tesoro inagotable de sus besos. Ver artículo: Mi depresión. Aquí sólo hablo de lo que me amarga de tanta entrega. Lo que no puedo recuperar: el tiempo y las oportunidades.

Sigo pensando que ese lado gozón, a lo Diomedez, hace parte de mi identidad, porque «Si la vida fuera estable todo el tiempo…» (Suspiro).